Presentado a la mesa de T.D.A.H. organizada por la Subsecretaría de Educ. Básica y Normal, S.E.P. el día 19 de enero de 2005
Nunca como hoy, se ha oído hablar del trastorno que los niños (y adultos) sufren con una recurrencia creciente -al parecer de manera geométrica- que les impiden lograr relaciones exitosas con sus pares y, de manera particular, con la escuela.
Pequeñines que en un año acumulan 3, 4 ó 5 cambios de escuelas por su “mal comportamiento”, niños inteligentes (generalmente más inteligentes que la media) que sufren el rechazo de sus maestros, compañeritos y hasta de algunos familiares que prefieren mantener lejos a ese “torbellino”.
Quienes se ocupan de ellos se dividen por lo general en dos bandos: Aquellos que tratan de descubrir la causa biológica y/o psicológica que ocasiona el síndrome (conjunto de signos y síntomas) y el modo de “arreglarlo” llamémosles “cientificistas” y, por el otro lado los que se ocupan en entender sus conductas y encontrar las justificaciones éticas de las mismas, pongámosles el nombre de “conductualistas” (que no conductistas).
Tales posiciones que considero igualmente extremistas, con mucha frecuencia culpan o señalan directamente al niño como origen del problema o, en el mejor de los casos, el sujeto que hay que corregir o modificar y, aunque ambas tienen algo de razón, sostengo que equivocan su estrategia de análisis al volver rígidos sus argumentos. Hay que analizar el problema en su totalidad. El hecho de que el cerebro de un niño en particular presente una irregularidad específica, no explica nada.
Hay gente que ha vivido una vida prácticamente normal con daños mayores, como la extirpación de partes importantes de su cerebro y otras que han fallecido por solo tocar la masa encefálica. No hay, hasta este momento, estudio científico alguno que pueda prever que un niño va a sufrir, irremediablemente, un TDA en el futuro.
Tampoco es justo señalar que los medicamentos utilizados, como el Ritalin, han resultado siempre fatales. Sin duda hay algunos casos en que el medicamento ha resultado exitoso; aunque generalmente por un corto lapso; sin embargo, como casi todo medicamento de orden alopático, sólo atiende a los síntomas y no a la raíz del problema, por lo que ha resultado fácil comprobar a los cientificistas los mediocres resultados rumbo a la curación del mal en un individuo y existen abundantes testimonios de familiares de niños tratados con ese medicamento que evidencian trastornos más graves que los que se trataba de subsanar, provocados por efecto del medicamento.
Hay también casos que en un principio observaron buenos resultados que fueron disminuyendo en el corto tiempo y en ciertas ocasiones, se tornaron en negativos; sume a esto, las dificultades que ocasiona su adicción y dependencia, comparada por diversos estudios con la que ocasionan drogas como la cocaína y la heroína.
En el otro extremo, el de los conductualistas, difícilmente se cuenta con el rigor científico y el análisis meticuloso que caracteriza a los cientificistas, por lo que apenas se detallan experimentos correctamente diseñados que pudieran fortalecer sus teorías. Lo cual no les resta razón y verdad, pero difícilmente logran acreditarlas y comprobarlas. Por lo general, su experiencia se basa en abundantes testimonios que no son sino eso: particularidades. Sin embargo, esos testimonios nos remiten a innumerables vivencias cercanas que animan a coincidir con sus razonamientos y a solidarizarnos con sus dolorosas experiencias. Los conductualistas ponen el acento en comprender y aceptar al niño, en entender y asumir su problemática como un daño que él debe aprender a controlar y a llevar consigo.
No dudo que existan unos y otros casos (con daño cerebral o neuronal que con medicamento se tranquilice y otro en que la aceptación amorosa y el empeño individual, lo suavice) pero estoy convencido de que esos pocos pertenecientes a una y otra postura y muchísimos otros que no embonan en ninguna de ellas, cuentan con mucho más qué analizar, qué decir y cómo actuar. No trataré aquí de hacer ese análisis –que debe ser exhaustivo y particularizado– sino tan solo de evidenciar los diversos aspectos que sugiero que pueden abordarse en un análisis integral, concienzudo y valioso a modo de ponerlos en la mesa de discusión.
El sistema educativo y sus maestros
Hoy la escuela se esmera en agotar al niño imponiéndole tareas y labores casi imposibles de lograr. En un régimen de competencias, el niño es sumergido inmisericordemente en un ambiente hostil, rígido y autoritario a competir incluso en contra de sí mismo por mayores capacidades de memoria y de manejo de datos (letras, números, nombres, etc.) que le son ajenos y que no le interesan más que para mantenerse a flote y sobrevivir en tal ambiente.
Es lógico suponer que dicha circunstancia lo tense y angustie de manera tal que lo llegue a afectar psicológica y físicamente; hoy en día han aparecido enfermedades otrora destinadas a la edad adulta, en niños de escasos 6 u 8 años: colitis, gastritis, hipertensión, colesterol elevado, migrañas, anorexia, bulimia, diabetes, neurosis, depresión, etc.
Agreguemos a este ambiente escolar la absurda y antipedagógica tendencia a “desmexicanizar” al niño, prometiendo todas o casi todas sus clases en inglés y la adopción de casi la totalidad de las características culturales de otro país a fin de erradicar las suyas ¿El resultado? Una evidente carencia de identidad y autoconcepto que somete al ya deteriorado niño a una inseguridad e inestabilidad nunca imaginadas. ¿Cuál es la respuesta que podemos esperar de un niño inteligente sometido a tales circunstancias?, ¿Su defensa, su lucha por no ser sometido?, ¿Cómo llamarán sus maestros a tales conductas?
Familias pequeñas, desorganizadas, conflictivas y/o desintegradas
Hace poco tiempo, el periódico La Jornada, publicó una noticia escalofriante: el 60% de las familias sufre algún tipo de violencia.
¿Cómo pueden afectar a los niños tales circunstancias? Padres y madres que requieren laborar jornadas inacabables para poder salir adelante con los compromisos económicos agobiantes y, ¿por qué no? Intereses profesionales propios, pero que han hecho disminuir considerablemente las relaciones afectivas propias de esos lazos familiares, a veces, saliendo de casa antes de que el niño despierte y regresando a ella cuando el pequeño ya se ha dormido. Familias que constan sólo de padre o madre o, si bien va, de ambos, pero que están lejos de los abuelos y demás familiares que a veces, ayudan en el cuidado y atención de los niños. ¿La respuesta a tales problemas radica en un medicamento como el Ritalín? ¿En justificar sus conductas?
La ausencia del Juego
Se ha comprobado de todas formas posibles que el elemento formativo y de desarrollo por excelencia durante la infancia es, indiscutiblemente, el juego. Socializa, libera, interesa, globaliza, enriquece, desarrolla y enamora al niño. Pues bien; ¿dejamos jugar al niño? ¿A qué hora lo levantamos para ir a la escuela? ¿Se han asomado a sus aulas para verlos si juegan o si los mantienen “aprendiendo”? ¿Cómo responden sus maestros ante el juego espontáneo del niño? ¿A qué hora los liberan de ese lugar? Y en la tarde ¿juegan libremente o van al karate, a la natación, al inglés, a la computación? Tal vez el niño entonces entrega su mente a un videojuego que lo mantiene sentado y sin dar lata. ¿Cuánta tarea les dejan cada día? Bueno, pero el ratito que sobra, ¿tienen con quién jugar? Entonces ¡cómo esperan que el niño no reaccione explosivamente!
Las experiencias afectivas
Si alguno de nosotros, adultos, llegamos preocupados, presionados por el trabajo o las dificultades económicas, ¿qué esperamos de nuestros familiares y amigos? cariño, comprensión, atención, ¿no? ¿Y nuestros niños? ¡Igual! Sin embargo las enormes dificultades a las que se enfrentan los padres disminuyen drásticamente el tiempo y las oportunidades de amarnos. ¿El resultado? Catastrófico. Nada necesita más un ser humano que sentirse amado.
La comunicación
Explicar con claridad lo que percibimos al no sentirnos amados, por ejemplo, es una experiencia verdaderamente difícil para un adulto; rara vez lo logramos con precisión. Para un niño es aún más difícil expresar con claridad lo que su alma siente a través de un lenguaje que aún no domina. Aumente por favor sus dificultades escolares; con sus amigos, sus temores, sus necesidades cognitivas, físicas y afectivas. Seguramente que él se siente al final del día como el “el bicho más raro, incomprendido e indeseable del mundo”.
La alimentación
La cantidad de comida chatarra y de azúcares refinados que llegan al estómago de nuestros niños harían infartarse a más de un nutriólogo. Hay estudios nutricionales, sobre todo en los Estados Unidos –soberano en asuntos de la “comida chatarra”– que señalan su efecto directo en la hiperactividad y ansiedad de los niños, así como en la raíz de otras patologías de toda índole y gravedad.
Los factores anteriores no pertenecen a la biología directa del niño sino que son factores sociales, culturales y biológicos exógenos cuya responsabilidad recae en otras personas e instituciones que debieran tener la información y responsabilidad suficientes para decidir e intervenir de manera adecuada a fin de evitarle dificultades innecesarias al pequeño y garantizarle una mejor calidad de vida.
De cualquier forma, agregue usted aquí todos los otros factores que se señalan en los diversos y numerosos artículos y disertaciones que aquí se han escuchado y analizado y que se refieren al niño mismo: los factores biológicos, físicos y psicológicos que hacen de cada niño un ser único y particular y obtendrá un más denso y complejo panorama del llamado TDA.
¿Todo está perdido? No, de ninguna manera.
Aunque el problema es inmenso, el primer paso para su solución es comprenderlo en su totalidad. La solución debe ser, entonces, integral y ocupa a todos: El sistema educativo tiene que hacer su parte admitiendo sus antinaturales y agresivas prácticas y construyendo nuevas alternativas educativas más armoniosas, felices y respetuosas de la individualidad, idiosincrasia y cultura del niño, un sistema educativo más afín a la naturaleza y desarrollo del niño, poniendo en primerísimo lugar al niño y su felicidad y en segundo lugar los objetivos financieros y políticos. Considero que esta mesa, promovida por la Secretaría de Educación Pública, tiene la importantísima misión de dar la señal de alarma oficial en contra de los métodos y programas hoy en boga y advertir con todo rigor y sin complacencia alguna, sobre los riesgos de continuar por este camino de las competencias y de priorizar al valor del dinero por sobre todos los valores humanos en la educación. Todo ello materializado en la famosa frase Foxista de “Inglés y computación” para remediar los graves problemas educativos por los que atravesamos. Es fundamental que esta mesa recomiende también la reinserción inmediata de la música y las artes en las escuelas de educación básica y normal del país así como una formación basada en la identidad y culturas propias.
El médico debe esperar a que el análisis y diagnóstico se corroboren en todas sus aristas ANTES de decidirse a dar un fármaco tan agresivo y sólo utilizarlo después de que terapias alternativas y menos agresivas hayan sido probadas de manera infructuosa; sólo como último recurso. Su labor puede encontrar importancia capital en coordinar tales acciones y favorecer la comprensión de la problemática por la familia y el entorno educativo de su paciente y su efectiva participación en pro del niño.
La familia tiene que hacer un auto examen general de todos los puntos aquí señalados de manera tal que se evidencien vicios, actitudes y costumbres que puedan estar dañando el sano desarrollo de los hijos. Los padres también debemos analizar y, en su caso, rectificar nuestra acción, actitud y relación con los niños y revalorar lo que deseamos que el niño sea y sienta de nosotros y permitirle llegar a su independencia moral, psicológica y física con entusiasmo, confianza y felicidad.
Debemos vigilar los posibles abusos o malos tratos que pudiera estar recibiendo en la escuela o en otros lugares de convivencia cotidiana. Preocuparnos por perfeccionar los mecanismos de comunicación que nos conecten con el alma de ellos.
Los medios de comunicación masiva, que sólo se han preocupado del Rating y los buenos negocios, aunque ello inunde al niño de material de desecho cultural, prácticas educativas desleales y corruptas y se le utilice como un producto comercial de fácil dominio, deberá regirse con mayor ética y desempeñar una función recreativa y cultural en donde la belleza tenga cabida y los principios éticos y pedagógicos se armonicen, de alguna manera, con sus intereses.
Las terapias alternativas también tienen que hacer lo necesario para propiciar el tratamiento integral y rico de la problemática tanto de manera preventiva como una vez que el trastorno se ha presentado; encontrando nuevas posibilidades de reorganizar a la familia, al niño y a su entorno. Evidenciando y denunciando las prácticas escolares autoritarias, rígidas y excesivas; dulcificando, armonizando, destensionando y alegrando la vida del niño así como haciéndola significativa y plena de afectividad y belleza.
De entre las terapias alternativas, es importante destacar la enorme riqueza que la musicoterapia abre en estas circunstancias. Al haber dirigido durante más de siete años un centro musicoterapéutico que aplica la música como elemento integrador del desarrollo del niño, he podido ser testigo de la rica y poderosa acción benéfica de la música a una gran cantidad de niños con diversos problemas, comprobando, día con día, las ventajas de usar procesos educativos y terapéuticos alternativos, antes de llegar al extremo del Ritalin.
La musicoterapia aplicada con constancia y con un programa bien elaborado, logra integrar en un todo, lo esperable en una terapia para TDA, entre muchas otras razones porque:
- La música embellece la vida. La belleza de la música se va adueñando poco a poco, mágicamente de cada célula de nuestro cuerpo de manera que logra transformar nuestros sentimientos y armonizarlos con los de la música que nos posee.
- La música calma a las fieras. En tanto que la música responda a las necesidades afectivas del individuo y facilite los procesos catárticos y expresivos, permitirá que la tensión y ansiedad encuentren nuevos caminos de emancipación y resolución más armónicos y apacibles.
- La música armoniza. La buena música es armonía, construcción perfecta, organizada, equilibrada y esta característica es recibida gustosamente por el niño quien aprende de ella y, aplicada adecuadamente, la usa para su propio organismo.
- La música da identidad. En el caso de la música de calidad, fundamentalmente la tradicional -rica en cultura y experiencia social- otorga al niño su historia, su forma de ser y de pensar, su forma de nacer, de morir, de trabajar; en fin, una identidad que lo fortalece y alimenta.
- La música estructura. La construcción musical, la vida interna de una obra bella, contiene una estructura y un equilibrio tan perfectos que, a través de un uso adecuado, se puede lograr que el niño perciba tales condiciones y las adopte en su propia estructura emocional, mental y física, ya que se trata de un elemento integral e integrador.
- La música comunica. La música es un lenguaje, comunica sentimientos, estados de ánimo, sensaciones, lo que permite hacer que el niño comprenda las sensaciones que él percibe por medio de la audición de obras cuidadosamente escogidas y logre expresar su mundo interior a través de su canto y práctica instrumental.
- La música hace feliz el aprendizaje. No hay nada como el juego para el niño, pero si el juego es musical, la actividad se potencializa hasta el infinito. Así, la musicoterapia bien dirigida y estructurada puede inundar el alma y la mente del niño de felicidad, alegría y satisfacción constantes que también se fortalecen y enraizan al momento en que sus necesidades expresivas, sensibles, psicológicas y físicas se ven satisfechas en su relación con el estímulo musical a través, justamente, del juego; principio y fin del quehacer propio y deseable del niño.
- La música enseña a jugar. La condición más elevada del juego en el niño, toma la forma de la música ya que esta permite integrar la experiencia, dándole valor cognitivo, afectivo y motor. Así, la música puede hacer que el niño aprenda lo necesario para participar eficientemente de la riqueza del juego.
- La música transforma de manera integral. Afecta a todo el ser. No hay rincón en el cuerpo, el alma y la mente del niño que no se vea estremecido poderosamente por un estímulo musical de calidad y correctamente utilizado, de tal manera que se permite que los resultados sean cada vez más abundantes, ricos, trascendentes y duraderos.
Por todo lo anterior, veo en la actividad musical y más puntualmente en las prácticas musicoterapéuticas, una opción segura, eficiente y económica para enfrentar exitosamente la embestida del TDA a nivel nacional; sin embargo, habrá que denunciar que las actuales políticas educativas contrarias a la naturaleza y la riqueza del niño, han logrado prácticamente eliminar la actividad musical en las escuelas de educación básica así como en las instituciones formadoras de docentes preescolares y de educación primaria, por lo que activar dicha opción en los centros escolares requerirá, urgentemente, de devolver de manera abundante el arte musical a las escuelas preescolares, primarias, secundarias y normales, de donde nunca debió salir. Mientras eso sucede, todos aquellos profesionales relacionados con el cuidado y atención de nuestros necesitados niños, requieren revalorar, a la luz de las últimas prácticas terapéuticas en el mundo, a la música como un medio idóneo de transformación y armonización del niño.
También considero importante que diversos especialistas puedan prepararse eficientemente en las prácticas musicoterapéuticas o incluir en sus grupos de especialistas a un musicoterapeuta así como recomendar a sus pacientes, antes de cualquier medicación, una actividad musical o, mejor aún, incluir en la batería de tratamiento integral elegido, una musicoterapia eficientemente aplicada.
Sin duda habrá aún mucho más qué decir y qué estudiar en torno al TDA, lo único que no es posible aceptar es que los padres, maestros y demás actores sociales inmiscuidos no cuenten con abundante información que les permita decidir con justeza acerca de esta problemática y que el TDA permanezca como estigma de la niñez. De muchas maneras todos somos responsables del trastorno y también parte fundamental de la solución.