No dudo que la mayoría de quienes nos dedicamos a la educación de los más pequeños coincidimos en estos altos ideales educativos, pero, ¿son, en los albores del siglo XXI, una realidad en nuestras aulas?
Pareciera ser que la respuesta inexorable es “no”. Y una de las razones más claras y comprensibles es, sin duda, por la ausencia de las actividades musicales y artísticas.
Es la música la que encuentra armonía entre el juego libre y los más altos propósitos educativos. Porque al jugar, creando belleza, todo sucede. El niño se emociona, se anima, crea, memoriza, aprende, indaga, imagina, transforma, se socializa, comprende al otro, lo apoya, se mueve, actúa, observa, se organiza, sigue reglas, se hace paciente, respeta turnos, se expresa, se libera, colabora, lucha, ama, vive, ríe…
Porque al cantar, el hecho integral se vuelve, al fin, una realidad tangible y clara: porque no es posible cantar sin memorizar, sin imaginar, sin pensar; como también al cantar es necesario sentir, los propios sentimientos, los del otro y los de la obra que se interpreta y, finalmente, pero con el mismo peso, no es posible cantar sin tener un torrente de respuestas motrices que van, desde la sensación del pulso, hasta la explosión de movimientos que significan la danza. Es decir: no es posible cantar sin pensar, sentir y vivir corporalmente el hecho educativo. O, dicho de otra manera, cantar es la más alta muestra de educación integral e integradora.
Porque sólo a través de la música y del arte, el niño encuentra eficientes medios de expresar su mundo interior y con ello dar muestras a la educadora sensible de sus sufrimientos y angustias, de sus miedos y alegrías, de sus sueños y sus anhelos. Así, la educadora capacitada poseerá con la música la herramienta mágica para comprender el mundo interior de sus alumnitos y sabrá entonces respetar sus necesidades y encontrar en sus intereses, los caminos emancipadores para ellos y la realización personal como docente.
Porque a través del arte popular y concretamente a través de la lírica infantil de México, el niño mexicano encontrará sus raíces y su riqueza cultural propia, valores que lo harán crecer seguro de sí mismo y de su familia, confiado y libre para descubrir nuevos horizontes y hacerlos suyos.
Porque sólo la música puede armonizarse con su desarrollo biológico haciendo evidentes los caminos propios y riquezas personales, únicas y bellas, infinitas y trascendentes, porque la música es, como él, un ser vivo que se amalgama en cada una de sus células y las protege y guía con perfección y seguridad, como lo demuestra la inmensa experiencia de la musicoterapia y la estimulación musical temprana.
No hay que olvidar que una característica de la obra bella es su originalidad; esto es que lo que la hace bella, especial, única, es, precisamente, sus diferencias, su riqueza irrepetible, sus especiales dotes. Así también, la expresión afectiva que ella ofrece, será inigualable, incomparable, como único es lo que cada niño siente y percibe.
De acuerdo con las ideas estéticas de F. Schiller aquello que une los dos estados opuestos del hombre, el pensar y el sentir, lo objetivo con lo subjetivo, lo material con lo inmaterial en un estado superior del hombre es, precisamente, lo bello. Y lo bello es una ausencia en los programas actuales de educación preescolar. ¿Cómo acercarse a lo bello sin el arte? esto es un contrasentido.
No lograremos una educación congruente, eficiente y trascendente mientras no vuelvan de manera profusa los sonidos y la belleza a las aulas de los niños y hasta que no sea real y continua una formación musical y artística en las educadoras y en los sistemas de formación de docentes de México.
Los programas vigentes en las escuelas para la infancia, ahora por “competencias”, y a pesar de que ellas puedan o no ser una moderna versión de organización y riqueza pedagógica, rinden tributo a todos aquellos fines utilitarios y materialistas de que he hablado en las anteriores líneas.
El programa actual de preescolar es un programa alejado de un fin estético del uso de la música, que la resume en dos competencias que solo brillan por la incapacidad que presentan para integrar en ellas los altos fines educativos que puede tener el arte de los sonidos en el aula infantil.
– Comunica las sensaciones y los sentimientos que le producen los cantos y la música que escucha.
– Interpreta canciones, las crea y las acompaña con instrumentos convencionales o hechos por él. [1]
¿Dónde queda la relación estética del niño con la música, la afinación, el gusto musical, la identidad musical, la sensación interna de lo sensible en la actividad musical, la apreciación musical toda, el lenguaje musical por completo, el repertorio tradicional, la dirección musical, la crítica estética, la forma musical, los juegos tradicionales, los cantos de nana….?
Y de su valoración dentro del jardín de niños… nada. Un discurso estéril de apenas tres párrafos referidos a la educación musical, que no atinan a dar una razón congruente del valor inmenso de la educación musical y artística en el aula preescolar.
El repertorio de los jardines de niños es otro aspecto que se encuentra severamente dañado y en deterioro constante. Hoy la música que se canta en los jardines de niños mexicanos es ajena a la lírica infantil tradicional y no obedece, en general, a ningún mínimo control de la calidad. Así los niños pueden cantar obras que dañarán su sensibilidad estética en lugar de fortalecerla.
La educadora, por otra parte, que había luchado por mantener su actividad de ritmos cantos y juegos, le cuesta cada vez más trabajo mantener esta actividad y hacerla con facilidad, por una parte porque las nuevas generaciones van egresando de su escuela formadora con nulos conocimientos sobre la actividad y por otra porque la música no encuentra cabida en los fines que hoy le exigen el programa y las presiones sociales que la mantienen ocupada en cuestiones más urgentes aunque sean menos educativas o necesarias.
Así las cosas con la educación musical, no encuentro posibilidades de salida en seguir esperando pacientemente que la solución baje de nuestras autoridades educativas nacionales. Estoy convencido que, al igual que empieza a suceder en la política, es la sociedad civil, en nuestro caso los maestros, quienes debemos empezar a cambiar las cosas. Si las educadoras, las directoras, las supervisoras, los maestros de música o como en este caso, la Editorial Santillana, no hacemos algo por empezar a cambiar esta realidad artística de nuestras escuelas, nada vendrá del cielo. Si cada escuela, cada educadora, cada directora y supervisora, busca alternativas, promueve las iniciativas musicales escolares, se organizan para tomar cursos de actualización musical y, algo muy sencillo y pleno de significado: cantan música bella con sus niños, seguramente, en poco tiempo los programas y planes nacionales, tendrán que volver a encontrar en la música y en el arte, sus principales aliados en pro del niño y de la educación.
Habrá que ver si estamos listos para asumir la responsabilidad del cambio.
[1] Programa de educación preescolar 2004, S.E.P. p. 98. Editado por la S.E.P. México